Lope de Vega: SANTIAGO EL VERDE
(1613)
[Argumento: D. García y Celia se enamoran;
ante la inminente boda de ésta con D. Rodrigo, y con motivo
de la confección de los vestidos de novia, D. García
se disfraza de sastre y toma “medidas” a Celia, que duda
si se trata de un caballero disfrazado de sastre, o de un sastre disfrazado
de caballero, lo cual convertiría su amor en imposible por
la diferencia social]
ACTO I
[Teodora cuenta a su amiga Celia su interés
por un nuevo vecino venido de Granada]
[Desplazamientos / Alquiler de casas]
TEODORA.- Posan de mi casa enfrente
ay, Celia, unos caballeros
de Granada, y los primeros
que he mirado atentamente.
El principal de los dos,
o me engaña alguna estrella,
es una pintura bella,
digna del pincel de Dios.
CELIA.- ¿Y esa manera de hablar
no es amor?
TEO.- Debe de ser,
mas no hay señal de querer
tan cierta, como negar.
Este desde mi ventana,
aunque escondida, estoy viendo,
hermosa Celia, en abriendo
la suya por la mañana.
Allí le veo vestir
tan curiosa y limpiamente,
que aunque decírtelo intente
no te lo sabré decir.
También le veo comer,
hablar, y andar con amigos.
CEL.- Pocas cosas sin testigos
aquí se pueden hacer,
respecto de las ventanas
y del curioso mirar.
TEO.- Comenzáronme a engañar
ciertas esperanzas vanas
de hablar con él algún día,
y con aquesta ocasión
abría de mi balcón
mil veces la celosía;
mas no por hacer ruido
ni por toser, levantó
jamás el rostro, ni yo
pude penetrar su oído.
CEL.- ¿Si es sordo el tal caballero?
TEO.- Es tan bizarro y galán
un pisador alazán
en que sale, que les quiero
echar la culpa a los pies.
CEL.- En fin, ¿él no te ha mirado? […]
¿Que vivas, Teodora, enfrente,
y que un mozo tan galán
no haya mirado al balcón? […]
TEO.- No imagina
cuando sale más que en sí,
en acomodarse bien
en la silla en que le ven
cuantos pasan por allí,
en componerse el sombrero,
el cuello y barba.
CEL.- Tú amas
una imagen.
TEO.- Bien le llamas
imagen, un mármol quiero.
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[Heterogeneidad y anonimato: clases
sociales]
ACTO III
Escena V
D. García, Lucindo y Pedro, de sastres
..........................................
D. RODRIGO.—¿Cómo
os llamáis?
D. GARCÍA.— Justo.
D. RODR.— Nombre
notable en sastre fue Justo.
D. GARC.—Antes, porque visto al justo,
es justo que así me nombre.
Al justo se ha de pedir
lo que fuere menester,
a gusto se ha de comer
y justo se ha de vestir.
Y porque el vestir a gusto
también importa, es razón
ser justo, pues pocas son
las letras de gusto a justo.
........................................
Y sé de la sacra historia
que fue Dios mismo el primero
que cortó en el mundo ropas,
pues dice que a Adán y Eva
los vistió de pieles solas.
.....................................
D. RODR.—Ahora bien: medida toma
al vestido, y llevarán
las sedas a donde posas.
D. GARC.—Vuesa merced enderece [D. García
toma "medidas" a Celia, entre chistes y equívocos]
el cuerpo. ¡Gentil persona,
si no fuera tan gentil,
que ya no hay fe que no rompa!
CELIA.—¿Parézcoos gentil?
D. GARC.— Y tanto,
que ya no hay turca ni mora
que me lo parezca más.
CELIA.—Todo a un loco se perdona.
D. GARC.—¿Está bien de aqueste largo?
CELIA.—Si es largo como la historia,
arrastrará por el suelo;
pero lo que arrastra honra.
D. GARC.—El ruedo, dieciséis palmos;
la manga, entre larga y corta;
de la ropa condiciones
de cierta mujer hermosa,
larga en prometer palabras,
corta en cumplirlas con obras.
La cintura así se mide.
PEDRO.— ¿No ves que la abraza agora?
[El criado se escandaliza]
D. GARC.—Al fin te tengo en mis brazos,
deuda de mi amor tan propia.
CELIA.—Calla, atrevido, que estoy
temblando.
LUC.— Invención famosa.
D. GARC.—¿El cuello está bien ansí?
CELIA.— ¿Volveréme a la redonda?
D. GARC.—No, que aun en tan breve ausencia
es la vuelta peligrosa.
Mostrad los brazos. ¡Ay Dios,
qué pido!
CELIA.— La manga, corta,
al uso; mas no de suerte
que parezca vanagloria.
D. RODR.—Dan agora las mujeres
en traer muñecas gordas.
PEDRO.—Danles sustancias y pistos.
D. GARC.—Esto es hecho.
CELIA.— Yo estoy loca
de ver tu atrevido pecho.
D. GARC.— ¿Mi atrevimiento te enoja?
Pues más te queda por ver.
.......................................
D. RODR.—Diga, maestro, ¿qué varas [D.
Rodrigo pregunta el costo de las ropas de la criada]
entrarán en saya y ropa
de Inés?
D. GARC.—Dilo tú, Martín;
que yo no visto personas
menos que Celia.
PEDRO.— ¿Yo?
D. GARC.— Sí.
PEDRO.— ¡Que gustes de aquestas cosas!
Para ropa y saya a Inés
trescientas varas le importan.
D. RODR.— ¿Trescientas?
PEDRO.— De pasamanos
¿es mucho?
D. RODR.— No digo agora
sino de seda.
PEDRO.— De seda,
treinta varas son forzosas.
D. RODR.—¿Treinta?
PEDRO.— ¿No ha de ser holgado
para si después engorda?
D. RODR.—Cofrade sois del pendón.
PEDRO.—Lléguese acá. No se corra,
que sin medida no es mucho
errar diez varas.
INÉS.— Descoja
el pergamino.
(Saca Pedro una medida muy larga.)
PEDRO.— ¡Oh, qué tercios!
[El criado mide a la criada, como su amo a la
dama]
¡Bendígate Dios, cachorra!
Del cuerpo es esta medida.
INÉS.—Mire que no quede angosta
la manga.
PEDRO.— Yo se la haré
que pueda servir de alforja.
INÉS.—Y el cuello ¿cómo ha de ser?
PEDRO.—Que quede como una gola,
ora traiga lechuguillas,
ora se quede en valona.
La cintura, un poco estrecha.
Aquesos brazos desdobla.
INÉS.—Velos aquí.
PEDRO.— Bien están.
INÉS.—Advierte cómo la aforra.
PEDRO.—¿Ha de haber trencillas?
INÉS.— Sí.
PEDRO.—Cien onzas serán
forzosas.
INÉS.—Con tigres le daré
yo.
PEDRO.—Volveré después que comas,
a probártelo hilvanado.
D. RODR.—Vamos, maestro, que importa
que os deis prisa.
D. GARC.— Doyme tanta,
que hasta acabar esta obra
no tendrá sosiego el alma.
D. RODR.—Hacéisme una gran lisonja.
(Vanse Don García, Don Rodrigo, Lucindo y Pedro)
ESCENA VIII
CELIA, INÉS
CELIA.—No me he visto tan confusa
[Ama y criada temen que García sea sastre
y las engañe]
en toda mi vida, Inés.
INÉS.—Como en el mundo se usa
tanto engaño, pienso que es,
si no es que el amor le excusa,
tan sastre como mi abuelo.
CELIA.—Que ha sido invención recelo
para verme; mas el ver
que el oficio sabe hacer
me pone en mayor desvelo.
Por otra parte, imagino
que siendo oficial no hiciera
este loco desatino,
porque vergüenza tuviera.
INÉS.—Pues yo a la opinión me inclino
de que es o ha sido oficial
injerido en caballero.
CELIA.—Talle de hombre principal
tiene.
INÉS.—No será el primero
que habrá hecho engaño igual;
que muchos han engañado
mujeres de tu valor.
CELIA.—Todo el amor me ha quitado,
porque es sin medida amor,
y medida me ha tomado.
INÉS.—Si este oficio no supiera,
¿cómo medida tomara,
cómo tus vistas hiciera,
cómo pergamino y vara,
cómo oficiales trujera?
No hay duda que es oficial,
y viéndote enamorada,
mujer rica y principal,
fingió ser noble en Granada. [ser
/ parecer]
CELIA.—¿Hay atrevimiento igual?
Querer quiero a don Rodrigo.
[amor condicionado a la clase social]
ESCENA IX
CELIA, TEODORA, con manto.
TEOD.—Ya que es cierto el casamiento,
[Teodora ama también a D. García]
me vuelvo a amistar contigo.
CELIA.—Con injusto pensamiento
te has enojado conmigo.
TEOD.—No presumas que te hablara
si casada no te viera;
y pues ya tu intento para,
deja que la prenda quiera
que me ha costado tan cara.
CELIA.—Yo, Teodora, haré muy poco
en dejarte un hombre tal,
pues a risa me provoco
de ver que siendo oficial
tuviese intento tan loco
que haciéndose caballero [ser / parecer]
quisiese casar conmigo,
y que ha de engañarte espero.
TEOD.—Fingiólo por don Rodrigo.
CELIA.—Míralo muy bien primero,
que ahora ha venido aquí
y medida me ha tomado.
TEOD.—¿Para tus vestidos?
CELIA.— Sí;
pero en la seda ha cortado,
gracias a Amor, que no en mí.
TEOD.—Que, en fin, ¿él se declaró
por oficial?
CELIA.—Libremente,
como casada me vio.
TEOD.—Pues ¿cómo con tanta gente
lo he visto a caballo yo?
CELIA.—Como esos milagros hace [engaño-dinero]
el engaño o el dinero, ["Poderoso caballero
es D. Dinero"]
si a mil faltando deshace.
¿es mucho hacer caballero
a un hombre que no lo nace?
TEOD.—¡Ay Celia! No más engaños
de forasteros traidores; [Protagonista
desplazado a Madrid: desconocido-engaño]
no quiero más desengaños,
ni casarme por amores,
ocasión de tantos daños.
Hazme placer de tratar
con tu hermano el casamiento [Teodora opta por
el pretendiente local, más "seguro", conocido]
que hasta aquí me dio pesar.
ESCENA XI
CELIA, INÉS.
CELIA.—¿Quién dijera a mi temor,
que estas quimeras dibuja,
que se volviera en aguja
tan fuerte flecha de amor? (Vanse.)
[desmitificación de mitos]
ESCENA XII
DON GARCÍA, un Sastre.
.......................................................
SAST.—Nunca vos habéis cortado
vara de seda en su casa.
D. GARC.—Ni en otra, ni aun lo he pensado.
SAST.—Acá en la Corte no pasa
por agravio; un hombre honrado
y un oficial forastero
como vos, ha de vivir
muy humilde.
D. GARC.— Yo no quiero,
maestro, con vos reñir.
SAST. — ¡Qué grave y que caballero
se entró el señor a cortar
las sedas que yo saqué!
D. GARC. — Enviáronme a llamar.
SAST.— Saque la espada.
D. GARC.— Podré
mejor con ella cortar
que con las tijeras puedo,
que en mi vida las tomé,
porque la sangre que heredo [artesano-tijeras
/ espada-caballero]
deuda de la espada fue,
que nunca vio el rostro al miedo.
¿Sois hidalgo?
SAST.— Bien podéis
reñir conmigo.
D. GARC. — Es a efeto
de que un secreto guardéis.
SAST. — Como hidalgo os lo prometo, [el
secreto solo lo guardan los hidalgos, de sangre limpia]
si sois más que dicho habéis.
D. GARC.— Yo soy un caballero de Granada [historia
de D. García y resumen de la comedia]
que a ciertos pleitos en la Corte asisto;
de casa y de familia tan honrada,
que en ella algunos títulos he visto.
Celia, de vos servida y de mí amada,
pues con tantos peligros la conquisto,
me quiso ver por fama de otra dama,
que amor asienta bien sobre la fama.
Vine a satisfacer un testimonio,
por ventura, invención, y hallé, informado
de su valor, hacienda y patrimonio.
Quedé para casarme aficionado.
Estaba desta dama el matrimonio
con otro caballero concertado,
que vino el día de Santiago el Verde,
bien negro para el alma que la pierde.
Por no ser conocido, el mismo día
fingí ser oficial, y para vella
tuve de hacer sus vistas osadía;
vistas para cegar si he de perdella;
sin medir el peligro que tenía,
la medida he tomado a Celia bella,
tan logrados de amor los desvaríos
que vi sus bellos brazos en los míos.
Las sedas truje, en fin, mas con intento
de buscaros y, siendo tan honrado,
deciros, como veis, mi pensamiento,
de vuestro talle y término fiado;
y porque no se entienda lo que intento,
después que hayáis las vistas acabado
me las daréis, para que yo las lleve,
y vista al mismo sol, si hay sol de nieve.
Con esto pasaré los tristes días
Que he de estar en Madrid, pues sólo aguardo
verla casar, creciendo en mis porfías
los celos de un marido tan gallardo,
que entonces piensan las historias mías
declarar mis desdichas a Lisardo
diciéndole quién soy, y que en Granada
tiene un alma, una vida y una espada.
Pagaré las hechuras, y sin ellas
os daré una cadena que tenia
para la hermosa Celia, en cuyas bellas
manos, ¡ay Dios!, mi boca puse un día.
Llevad las sedas o enviad por ellas.
Quien digo soy: mi nombre, don García.
Este, mi pensamiento, y esta historia,
principio de mi mal, fin de mi gloria.
SAST. — Estoy con mucha razón
de escucharos admirado. [el sastre se conmueve
con la historia de amor y colabora en ella]
Casos de amor siempre son
notables.
D. GARC.— Yo os he fiado
por mercader de afición.
Las telas de mi secreto
cortad como os diere gusto.
SAST. — Vestirle justo os prometo
y vestir a Celia al justo
vuestro amoroso sujeto,
que yo tengo las medidas
de otras ropas que le he hecho
y cuantas hoy trae vestidas.
D. GARC.— Estoy de vos satisfecho.
SAST. — Perderé por vos mil vidas.
D. GARC.— Dios os guarde. (Vase.)
SAST. — ¿Quién dijera
que este hidalgo no era sastre?
Dicha ha sido, pues pudiera
sucederme algún desastre
con que de sastre saliera. (Vase.)
ES C E N A X I I I
CELIA, LISARDO.
LIS.— Esto que te digo vi.
CELIA.— Pienso que te has engañado.
LIS.—A palacio descuidado
aquesta mañana fui
porque daba el duque audiencia;
y entre muchos caballeros
de hábito, de los primeros
entró a hablar a su excelencia...
CELIA.— ¿Nuestro sastre?
LIS.— El mismo digo,
y vi que, cuando salió,
con ellos se paseó
y habló como yo contigo.
CELIA.—¿Justo, el que mis vistas hace?
LIS.—Justo, el que tus ropas cose.
CELIA.— ¿Y en qué paró?
LIS.— Despidióse,
y como no satisface
a la opinión recibida
lo que puede ser engaño,
y un suceso, por lo extraño,
a curiosidad convida,
seguíle, y vi que subió
en el poyo del zaguán
en un caballo alazán
que Córdoba no le vio
mejor en la verde orilla
del claro Guadalquivir.
CELIA.—Sólo te puedo decir
que me espanta y maravilla
que aquí de vestir me corte
y allá mude el mismo ser.
LIS.—Como eso pueden hacer
los milagros de la Corte.
Dos lacayos, cuatro pajes
le acompañaban. Llegué.
y al uno le pregunté,
viéndolos en buenos trajes,
con el sombrero en la mano:
«¿Quién es este caballero?»
y él me dijo: «Un forastero»;
y luego, muy cortesano,
me contó cómo venía
de Granada, y pleiteaba
cierta hacienda, y se llamaba...
ya me acuerdo: don García.
CELIA,—Mira, hermano, que sospecho
que serán muy parecidos.
LIS.—Sí. porque cortar vestidos
como vemos que lo ha hecho,
y tener su tienda aquí,
y ser caballero allá,
fuera de razón está; [es
inconcebible la mezcla de clases sociales]
mas ¡vive Dios!, que le vi.
CELIA.—¿Mirástele bien la cara?
LIS.—Dos mil veces le miré,
y le fui siguiendo a pie
y fuera a donde parara,
sino que se entró en Santiago
y a oír misa se quedó.
CELIA.—El recelo que me dio
con la verdad satisfago.
Sin duda que es quien decía,
y que amor, que es gran maestro
de enredos, hizo tan diestro
y atrevido a don García.
¿Hay tal disimulación?
¿Hay tal tomar de medida?
(Aguilar, Grandes clásicos,
Lope de Vega, vol. I)
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